El 13 de noviembre de 1985, en Armero, al norte del Tolima, comenzó a caer ceniza . El polvo gris cubrió las calles, pero muchos habitantes no sintieron miedo y continuaron con su rutina, tal como lo habían hecho en los últimos días. Confiaban en que nada ocurriría, pese a las advertencias sobre la actividad del volcán y el riesgo para la zona.
Alrededor de las 9:00 p. m., el Nevado del Ruiz hizo erupción y provocó una avalancha de lodo, piedras y agua que descendió con fuerza y destruyó Armero pocas horas después.
El recuerdo de una tragedia que cambió una vida
Hace cuarenta años, el hoy escritor, periodista y exministro de Cultura, Juan David Correa Ulloa, tenía apenas diez años y no alcanzaba a comprender lo que ocurría. Su familia intentaba ocultarle una tragedia anunciada que conmocionaba a Colombia, y que le arrebató a sus abuelos maternos.
“La primera noticia que se dio de Armero fue hacia las 6:10 a. m., cuando el piloto Fernando Rivera, que era un piloto de fumigación, sobrevoló el área de Armero como lo hacía todas las mañanas (…) Se dio cuenta de que Armero no existía”, recuerda Correa Ulloa, evocando los orígenes de su libro‘El barro y el silencio’.
Armero y Juan David Correa Ulloa: un relato, un ritual
Consuelo Ulloa, madre del exministro, salió de Bogotá hacia el municipio tolimense junto a su hermano. Buscaban a sus padres, Otilia y Luis, quienes vivían en Armero desde los años cincuenta.
“Cualquier historia que uno se proponga escribir comienza como un relato. Ese relato para mí comienza cuando tenía 10 años, el 14 de noviembre de 1985, el día en que mi mamá, hacia las 6:00 de la mañana, sale bastante desesperada porque le han dado la noticia de que se produjo una erupción”.
El primer intento de Correa por narrar aquella tragedia fue un cuento titulado ‘Tragedias naturales’, inspirado en un ritual familiar de sus abuelos: “Mis abuelos eran dos personas muy especiales: un abogado de 80 años y una ama de casa que había hecho algunos empeños comerciales en Armero desde que llegaron en 1948 producto del asma que padecía mi abuelo cuando vivía en Bogotá”.

Los recuerda como “personas calmadas, decididas y liberales”, y describe aquel ritual nocturno que se convirtió en el punto de partida de su obra: “Después de ver televisión, mi abuelo se retiraba al cuarto. Nosotros nos quedábamos un rato más con mi abuela; ella nos llevaba a dormir, bajaba a la cocina, le preparaba una infusión y se despedían”.
‘El barro y el silencio’: la memoria que persiste
Durante años, Correa Ulloa pensó en escribir sobre la avalancha que dejó más de 25.000 muertos y familias enteras desaparecidas. “Era el primer impulso de tratar de entender lo que habían vivido mis abuelos esa noche del 13 de noviembre, pero no tenía la experiencia ni la fuerza interior para hacerlo”, afirma.
En 2009, al cumplirse 25 años de la tragedia, aceptó el reto de escribir un libro: “Se me ocurrió que lo que podía hacer no era un ejercicio de imaginación, sino de memoria literaria. Empecé entrevistando a mi mamá para traerla de 1985 al 2009 y darle lugar a ese dolor que aún persiste”.
El libro no solo recoge testimonios personales, sino también la historia natural del Nevado del Ruiz, llamado en tiempos precolombinos “Cumanday”, “Tabuchía” o “Tama”, y evidencia cómo las advertencias científicas fueron ignoradas por las autoridades.
Correa revisó periódicos, entrevistas y crónicas antiguas. “Descubrí que la estructura secreta del libro no era solo una noche trágica de 1985, sino una serie de acontecimientos que se remontaban cinco siglos atrás, cuando los cronistas ya hablaban de erupciones del Ruiz en 1535”, señaló.
Lo anterior le llevó a pensar que el texto debía estar concentrado en una sola noche, “pero que esa noche podía hablar de cinco siglos atrás, de gente que no estaba en ese lugar como mi propia madre; de gente con la que no iba a poder hablar, que eran mis abuelos que murieron esa noche allí; y de otros que como en el caso de María Eugenia Caldas, que salieron esa mañana y perdieron todo; y otros que regresaron esa ese día a buscar a los suyos como Francisco González”.
También destacó el testimonio del doctor Juan Antonio Gaitán, quien se convirtió en una clave para cerrar el libro. Gaitán llegó a Colombia días antes de la avalancha, procedente de Alemania. Estuvo muy cerca de la toma del Palacio de Justicia aquel 6 de noviembre y, para salvaguardar a su esposa e hijo a punto de nacer, decidió viajar a Armero. “El doctor Gaitán perdió a sus padres, perdió a su esposa, perdió a su hijo por venir y había guardado eso con una voluntad muy bella. No se lo había contado a muchas personas y cuando yo me senté con él en un café, una tarde completa y él empezó a contarme esta historia, supe que tenía la respuesta que estaba buscando para poderme explicar todo aquello que ya había escrito”, recuerda Correa Ulloa.

Las denuncias del silencio
Pero no olvida que la tragedia se pudo evitar y afirma, con tranquilidad, que “en Armero no hubo discusión, como no la hay todavía de manera suficiente sobre lo ocurrido, que es lo que también trato de mostrar en el libro: que durante todo ese año en debates parlamentarios, como el que hizo el representante Hernando Arango Monedero en la Cámara de Representantes, que está en los en las actas de la Cámara, en donde narraba un mes antes lo que podría ocurrir si había esta erupción”.
Correa denuncia la negligencia estatal, pues las alertas tempranas de los vulcanólogos fueron ignoradas, al igual que en el caso del Palacio de Justicia, tragedias que ocurrieron con apenas seis días de diferencia. En ese entonces el presidente, Belisario Betancur, y el ministro de Minas, fueron informados del riesgo latente, pero no tomaron medidas. Los dos tenían la información que advertía la situación y ambos estuvieron presentes en un consejo de ministros en el que determinaron no actuar preventivamente.
De acuerdo a la investigación de Ulloa para libro 'El Barro y el Silencio', el desastre de Armero también registró la pérdida incontrolada de menores, niños que fueron adoptados de buenas a primeras; un registro incompleto de lo ocurrido allí; la falta de acciones de reparación, así como el robo de dineros públicos.
La consecuencia de lo anterior, de acuerdo con Correa, es que todo “empezó a solucionarse de una manera dolorosamente falsa, en donde cada 13 de noviembre la gente se conmueve o se conmovía sobre lo sucedido allí, sin entender que Armero se convirtió en un lugar en donde creció la vida, creció la naturaleza y yo celebro eso. Pero nunca se pensó en cuál era el destino de estas personas. Y al no pensar en el destino de estas personas, se empezaron a hacer acciones de un tipo memorial”.
Ulloa califica estos hechos como “múltiples avalanchas” que han caído sobre Armero y que “siguen ocurriendo”.

Las conversaciones pendientes
El autor, asintiendo levemente, señala que Colombia tiene múltiples conversaciones pendientes, no solo sobre Armero: “Hay mucho por hacer sobre el pasado, no para volverlo materia de venganza, no para volverlo materia de enfrentamiento, sino para que emerja de toda esta convulsión que hemos vivido como colombianos. No somos los únicos, hay gente que ha padecido en este país. Hay 9 millones de víctimas de las guerrillas, del paramilitarismo. Hay víctimas jóvenes, mujeres que son asesinadas todos los días en este país, toda esa convulsión tiene que empezar a encontrar una conversación, un verdadero diálogo nacional en donde depongamos esa idea de que estamos divididos por tener unas ideas y no comulgar con otras, por creer en ciertos horizontes que son distintos a otros”.
Para Correa, Colombia debe reconocer su historia, una “muy dolorosa que nos ha atravesado a todos, a las millones de personas que somos en este lugar maravilloso, diverso, fuerte, bello, inteligente, que merece una dignidad distinta a estigmatizarnos como un país violento, narcotraficante y todos esos apelativos con los cuales nos han querido sumergir en una imposibilidad de abrazar nuestra verdadera fuerza”.

Un homenaje y una reflexión
Juan David Correa Ulloa no considera su libro un proceso de catarsis, ni propio ni de sus personajes. Afirma que es un reconocimiento a “aquellos que de manera íntima me habían rodeado. Todas esas personas que están en ese libro hacen parte de mi vida o lo hicieron en el momento en que lo escribí. Todas esas personas las conozco bien, todas esas personas significan algo para mí y para mi madre”.
En la dedicatoria del libro escribió: “Para Luis y Otilia, mis abuelos perdidos en el barro. Para mi mamá, Consuelo, liberada del silencio”. Concluye sobre el texto: “Es mi pequeño homenaje a ella y a esas dos personas que murieron y a quienes nos rodeaban”.
Correa Ulloa, en una reflexión final sobre lo ocurrido el 13 de noviembre de 1985, señaló: “No hay catástrofes naturales, hay catástrofes producidas por la naturaleza en lugares donde el hombre no ha entendido o no ha logrado vislumbrar, como ocurrió en Armero, la responsabilidad de erigirse cerca de geografías afectadas durante la historia por diversas fuerzas de la naturaleza”.