En una entrevista con el programa 'Siempre Contigo' de La FM, la profesora Melissa Peña, directora y docente colombiana, compartió cómo su innovador proyecto de enseñanza emocional —basado en la fusión entre neuroarquitectura, neurociencia y pedagogía— está transformando la manera en que los niños aprenden a gestionar sus emociones, resolver conflictos y construir empatía desde los primeros años escolares.
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Neuroarquitectura: el entorno que educa las emociones
Peña explicó que la neuroarquitectura parte de una premisa sencilla pero poderosa: el espacio físico influye directamente en el bienestar y el aprendizaje del cerebro humano. En sus palabras, “las innovaciones arquitectónicas han demostrado que cuando hay un estímulo visual, olfativo o kinestésico dentro del aula, el cerebro reacciona biológicamente de forma positiva”.
Desde esta base, la educadora propuso un enfoque donde los entornos escolares se diseñan para estimular la calma, la empatía y la autorregulación emocional. Así, colores, texturas, luz natural y elementos naturales se convierten en herramientas pedagógicas.
“Queríamos crear un espacio donde el niño sienta felicidad desde su biología, pero que además ese bienestar lo prepare para un aprendizaje más profundo y consciente”, explicó Peña.

El árbol de la conciliación: metáfora viva de la resolución de conflictos
El corazón del proyecto es un aula especial centrada en un gran árbol simbólico, que representa el proceso de gestión emocional. “Le mostramos a los niños que todo conflicto tiene una raíz —la causa— y un tronco orientador, que son los maestros, los padres o los psicólogos que acompañan el proceso”, detalló la profesora.
El recorrido concluye en los frutos del árbol, donde se simboliza el cierre del conflicto mediante el círculo restaurativo, una metodología basada en el diálogo, la empatía y el reconocimiento del daño causado. “No se trata solo de decir ‘perdón’, sino de sentirlo con conciencia y entender cómo mi acción impactó al otro”, enfatizó.
Este árbol —que abarca del piso al techo del aula— no solo es una pieza decorativa: es un recurso pedagógico que conecta los diferentes estilos de aprendizaje. Algunos niños expresan sus emociones escribiendo, otros observando su reflejo en un espejo, una estrategia que fomenta la autoconciencia y la llamada disciplina consciente.

De un dibujo escolar a un modelo internacional de empatía
El proyecto, que nació como un simple dibujo en papel, evolucionó hasta convertirse en un espacio tangible de mediación emocional gracias al apoyo de un equipo interdisciplinario. “Cuando contamos con el respaldo institucional, los recursos y la visión compartida, la idea se volvió realidad”, recordó Peña.
Su trabajo trascendió fronteras cuando fue reconocido por una convocatoria internacional de arquitectos en Canadá, donde obtuvo el título de Diseñadora de Espacios Neuroarquitectónicos con Sentido de Mediación de Conflictos. Este logro permitió que su modelo fuera replicado en Japón, país que adaptó la propuesta incorporando salas de lectura enfocadas en la empatía.
“Japón es una sociedad altamente tecnológica, pero identificaron que necesitaban fortalecer el componente emocional. Ver cómo mi aula se convirtió en una herramienta de conexión humana al otro lado del mundo fue conmovedor”, comentó.
Educación emocional: una urgencia global
Melissa Peña resalta que la enseñanza con sentimientos no es un lujo, sino una necesidad frente a las nuevas generaciones que enfrentan altos niveles de frustración y ansiedad. “Los niños hoy no saben manejar la frustración. Nuestro papel como docentes no es solo corregir la conducta, sino comprender el origen del comportamiento y ayudarles a expresarlo de manera saludable”, dijo.
Los resultados son evidentes: menor número de conflictos, mayor autoestima y mejor autocontrol. Los estudiantes aprenden a comunicarse de forma asertiva, comprendiendo que un desacuerdo no define su valor.
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Escuchar más, hablar menos
Finalmente, la profesora invita a los docentes a convertirse en mediadores y guías emocionales: “Los maestros debemos ser más oídos que boca. Conciliar es escuchar a ambas partes con empatía. Solo así podemos formar seres humanos capaces de entenderse a sí mismos y al otro”.
El proyecto de fusión entre neuroarquitectura, neurociencia y pedagogía representa un nuevo paradigma educativo: uno donde los espacios, las emociones y el conocimiento se entrelazan para formar generaciones más empáticas, conscientes y felices.