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María Fernanda Cabal: masacre de las bananeras fue una confrontación armada

La congresista del Centro Democrático publicó un video en el cual defendió su tesis. Esto luego de que sus declaraciones generaran controversia.

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Actualizado:
Miércoles, Noviembre 29, 2017 - 02:11
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María Fernanda Cabal, congresista del Centro Democrático / Foto del video

María Fernanda Cabal, representante del Centro Democrático, publicó un video para defender su tesis según la cual la denominada Masacre de las bananerass no fue una masacre como tal sino una confrontación armada.

"Me informan que están alborotadas las redes sociales porque dije que no había existido el mito de las bananeras...fue una confrontación armada. Por esos años la internacional comunista había infriltrado el sindicato de la United Fruit Company. Esos trabajadores estaban armados, hubo bajas, tanto de los trabajadores como del Ejército, si mal no recuerdo creo que más del Ejército", aseguró la congresista.

"Entonces, se han inventado que fue una masacre. Gabriel García Márquez además le agregó la cifra de 3.000 trabajadores asesinados. Si ustedes hoy van al departamento del Magdalena e intentan tener 3.000 trabajadores para hacer cualquier tipo de trabajo agrícola, no lo van a conseguir. Ni en esa época, hace más de 80 años, ni hoy. Así van creando una histórica narrativa mentirosa", agregó.

La congresista también publicó a través de su cuenta en Twitter varios textos que reafirman su argumento

De acuerdo con el documento oficial de la Red Cultural del Banco de la República, sí hubo una masacre.

"Tal vez no exista en la historia del país un hecho tan doloroso y al mismo tiempo tan sometido a los vaivenes de la ficción como lo ocurrido en la noche entre el 5 y 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga, Magdalena.

Después de casi un mes de huelga de los diez mil trabajadores de la United Fruit Company, corrió el rumor de que el gobernador del Magdalena se entrevistaría con ellos en la estación del tren de Ciénaga. Era un alivio para los huelguistas, pues no habían recibido del gobierno conservador sino amenazas y ninguna respuesta positiva de la multinacional. Ésta, que había llegado a Colombia en 1899, utilizaba el sistema de subcontratistas, por lo que se lavaba las manos ante las peticiones obreras, como había ocurrido en ocasiones anteriores. Los nueve puntos del pliego petitorio reflejaban, más que un programa revolucionario, la escasa legislación laboral vigente. Con todo, fueron ignorados, salvo en el momento simbólico de escoger el número de muertos reconocidos oficialmente: nueve.

El clima en la zona bananera estuvo más cálido que de costumbre desde el 11 de noviembre en que se lanzó la huelga, la segunda luego de un intento cuatro años antes. Desde el principio hubo brotes de violencia de todos los lados (obreros, agentes de la United y fuerzas armadas), pero no pasaban de escaramuzas aisladas. Por eso los huelguistas acudieron en masa a la estación de Ciénaga al encuentro con el primer funcionario gubernamental que se dignaba hablar con ellos. Como no llegaba, los ánimos se fueron exacerbando, tanto entre manifestantes como entre soldados emplazados en el sitio. Es en este punto del recuento cuando la ficción reemplaza los vacíos de la memoria: que los soldados estaban bebidos, que los trabajadores también; que algunos gritaron consignas patriotas; que no, que vociferaron agresivamente abajos a la multinacional y al gobierno; que desconocieron la orden de desalojo; que nunca la hubo; que la primera bala no la dispararon los militares; que murieron muchos, no sólo nueve; que fueron cientos, cuando no miles; que los llevaban en trenes al mar; en fin, que fue una masacre preparada; no, que fue resultado de las circunstancias...

Lo ocurrido luego también sigue sumido en las brumas del recuerdo, pero las proyecciones históricas son más claras. Ante la respuesta brutal de un gobierno que los trabajadores imaginaban protector de los derechos laborales, se produce la desbandada y una rápida negociación que incluso recorta por mitad los salarios. La indignación obrera se estrelló contra una doble muralla que le impidió sacar frutos de la aciaga experiencia: de una parte, el temor anticomunista del gobierno de Miguel Abadía Méndez (1926-1930) que veía la revolución bolchevique a la vuelta de la esquina; y, su contraparte, la tozuda fe insurreccional heredada de las guerras civiles del siglo pasado y alimentada por las nuevas ideologías de izquierda. El resultado es que ni hubo la temida revolución, ni tampoco cuajó la ansiada insurrección. El aparente empate fue resuelto por un liberalismo reformista que tomó en sus manos el poder para intentar, sin mucho éxito, atemperar los espíritus e institucionalizar el conflicto laboral que era imposible soslayar.

De no ser por el poder de la imaginación, el sacrificio de los obreros bananeros hubiera quedado en el olvido. Las demoledoras caricaturas de Ricardo Rendón, las vehementes denuncias de Jorge Eliécer Gaitán en el parlamento, y luego las magistrales piezas literarias de Alvaro Cepeda Samudio (La casa grande) y Gabriel García Márquez (Cien años de soledad), junto con la perdida escultura del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, son lo más destacada de ese recuerdo. Pero nada de esto sobreviviría sin las historias que aún circulan por la zona bananera. Como dijo el mismo García Márquez en 1986, "La peligrosa memoria de nuestros pueblos [...] es una energía capaz de mover el mundo".

Los argumentos de María Fernanda Cabal