En la madrugada del 25 de octubre, el sonido de la Transversal del Carare cambió para siempre. Lo que antes era el paso constante de camiones con alimentos, ganado y productos del campo, además de buses con pasajeros, se convirtió en un estruendo seco.
El río, que solía rugir, esa noche escupía tierra. De los 140 kilómetros de este corredor, tres se abrieron de golpe, formando grietas y hundimientos que hoy alcanzan hasta 20 metros de profundidad y afectando más de 600 hectáreas de tierra.
En total, la emergencia dejó cerca de 100 familias damnificadas y 7 viviendas en pérdida total. En medio de la oscuridad, Juan Pablo Pinzón, su esposa y sus tres hijos escaparon como pudieron. En ese momento, relata, solo pensó en cómo salir de su vivienda.
“Eso fue un pánico, porque tocó salir a las 12 de la noche. Llegó un sobrino, me llamó que se estaba derrumbando el terreno, que saliéramos. No había ni luz, a esas horas no había luz. Entonces, mejor dicho, tocó salir de emergencia porque se vino la avalancha, y a las 12 de la noche, a la mañana, tocó salir con mi esposa y mis hijos de la casa. Tengo una moto ahí, tocó todos en la moto, y salir para donde una hermana”.
La Transversal del Carare, conocida como Ruta 62, conecta al menos seis municipios de Santander: Barbosa, Vélez, Landázuri, Cimitarra, Bolívar, El Peñón y varias poblaciones de Boyacá. Era un corredor estratégico que acortaba distancias hacia Antioquia y la costa Caribe, facilitando el transporte de productos agrícolas y mercancías entre el norte y el centro del país.
Antes del colapso, el recorrido desde Bogotá hasta Vélez y de allí a Puerto Araújo podía realizarse en aproximadamente tres horas y media, aunque el mal estado de la vía ya alargaba el tiempo, pero evitaba trayectos de más de 14 horas.
Más noticias: Así funciona el apoyo emocional con animales de compañía
Aunque el Gobierno Nacional e Invías habían anunciado un plan millonario de inversión de 20.000 millones de pesos en 2025, con una adición de 8.000 millones más y un Conpes de 560.000 millones para consolidar la vía como corredor nacional, la naturaleza se adelantó.
Las lluvias constantes en una zona de alta inestabilidad, con características de páramo y la presencia de una falla geológica, borraron este corredor antes de que se materializara la llegada de estos recursos.
El director de la Oficina de Gestión del Riesgo de Santander, Eduard Sánchez, señaló que la falla geológica es una de las principales causas de la emergencia.
“El escenario es bastante complejo; esto es una falla geológica donde compromete una gran cantidad de tareas. Hemos podido evidenciar por medio de videos cómo parte de vegetación de potreros, por esa saturación del terreno, es lo que hace que se presente ese movimiento en masa”, sostuvo.
Un mes después del colapso, la zona permanece en silencio. Solo se escuchan aves, caída de material y el murmullo del terreno que todavía se mueve.
La vía que hoy parece jamás haber existido fue durante décadas la arteria por donde salían alimentos —banano, plátano, ganado, yuca, mora y cacao— y donde miles de personas se desplazaban entre Cimitarra, Landázuri y Vélez como si fueran barrios conectados por una avenida que ya no existe.
Marisol Pardo Hernández, otra de las damnificadas, vio cómo perdió su casa y su sustento en segundos.
“Uy, esto ha sido terrible. Yo perdí todo, tenía mi finca, la de abajo; por la parte de abajo lo perdí todo completamente, eso quedó destruido, quedó en ceros. La casa está partida prácticamente, ya casi que a dar bote. Esta zona ya queda peligrosa, acabado todo, a uno ya le da nostalgia. A ver si nos ubican en algo, estamos en ceros, a ver en qué nos pueden ayudar con la reubicación en otros terrenos”, relató.
Mientras las comunidades intentan recuperar algo de estabilidad tras la repentina pérdida de sus viviendas, sus sustentos y todo lo que daba forma a su vida, productores, transportadores y comerciantes también comienzan a sentir los efectos del colapso: la parálisis del corredor que durante años sostuvo la economía de la región.