El dolor, el miedo y la incertidumbre marcaron los días de Marta Ramos, una madre que aún tiembla al recordar el momento en que su hijo de 10 años llegó a casa con la mano destrozada por una explosión de pólvora, en medio de un juego de niños del barrio donde, al parecer, no había presencia de adultos.
El hecho ocurrió el 9 de diciembre, en el barrio La Capilla, en los cerros orientales de Bogotá, y hoy se convierte en una historia que vuelve a advertir sobre los riesgos de la pólvora en manos de menores de edad.
“El niño acababa de salir de una fundación a la que asiste varios días a la semana. Como cualquier otro día, se reunió con otros cuatro niños de su edad. Uno de ellos llevaba varias mechas. Las encendieron. Una explotó, otra fue arrojada al agua y parecía inofensiva, que es lo que me cuenta el niño. Es ahí cuando sus amiguitos le dijeron que ya había explotado, que la recogiera”, relata Marta con la voz entrecortada. Su hijo obedeció, se agachó y, en ese instante, la mecha estalló en sus dedos.
Quemaduras de tercer grado
La explosión le provocó quemaduras de tercer grado. “Cuando lo vi, pensé que había perdido los dedos, que le había volado la mano por la cantidad de sangre que había, al ser tan frágil la mano de un niño…”, recordó.
Sin perder tiempo y sin pensar en la responsabilidad que tenía como madre —lo que las autoridades califican como descuido o irresponsabilidad— lo trasladó al Hospital Simón Bolívar, donde ingresó por urgencias y fue remitido a la Unidad de Quemados, en el séptimo piso. Allí permanecieron cuatro días que, para Marta, se hicieron eternos.

“No solo era el dolor de mi hijo, era la angustia constante. Yo me la pasé llorando. Me dijeron que Bienestar Familiar podía recoger al niño. ¿Qué mamá no se derrumba con eso? Que le digan a uno que fue descuido y que le van a quitar al hijo es muy duro”, relató.
Hacen vigilancia al cuidado del niño
Marta explicó que, tras la llegada del niño al hospital, el protocolo de las autoridades de salud se activó de inmediato.
Afirmó que los médicos le informaron que en Colombia toda quemadura por pólvora en un menor de edad genera seguimiento del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). “Aunque el proceso busca proteger al niño, para mí como madre fue un golpe emocional. Él, con miedo, trataba de entender lo que pasaba y me decía: ‘Si me toca irme, me toca irme’, y eso me partía el alma”, recordó.
Luego de recibir la atención médica especializada, el niño fue dado de alta. Salió del hospital de la mano de su madre, con vendas, recomendaciones médicas y una experiencia que dejó huella.
Hoy, con su hijo en casa y en proceso de recuperación, Marta envía un mensaje claro: “Que los papás estén más pendientes y que los niños no cojan pólvora, que no reciban nada de nadie. Esto no es un juego”.
Las autoridades de salud reiteran que la manipulación de pólvora por menores está prohibida y recuerdan que cada temporada decembrina deja decenas de niños lesionados, muchos con secuelas permanentes. Detrás de cada cifra hay una historia y una familia que intenta sanar.
“Hoy vive a control, le quitaron el yeso de la mano y en tres meses le harán otra valoración para saber si se necesita una cirugía en los dedos, teniendo en cuenta que las lesiones fueron graves”, indicó Marta.
Según el Instituto Nacional de Salud, en lo corrido del año se han presentado 547 casos de personas quemadas con pólvora: 358 adultos y 187 menores de edad. Marta reiteró que llevó de inmediato a su hijo al Hospital Simón Bolívar, donde fue atendido por las quemaduras de tercer grado.
De acuerdo con las evaluaciones, las entidades territoriales con más lesionados son Antioquia, Bogotá, Cauca, Cundinamarca, Norte de Santander, Valle del Cauca, Atlántico, así como Córdoba, Magdalena y Nariño, con casos de quemaduras de primer, segundo y tercer grado causadas por artefactos como totes, luces de bengala, voladores, chispitas y volcanes.
“No son accidentes, son descuidos”
Diciembre apenas comienza y en la Unidad de Quemados del Hospital Simón Bolívar, el panorama vuelve a repetirse.
“Esto empieza con día, hora y minuto”, advierte la doctora Patricia Gutiérrez de Reyes, cirujana plástica y jefe del servicio. Con un mensaje directo, insiste en un llamado que se repite cada año.
Los pacientes llegan: niños, adolescentes y adultos con quemaduras, amputaciones y lesiones. “Estos no son accidentes. En las quemaduras todo es prevenible”, señala la especialista.
“La Organización Mundial de la Salud ya lo ha dicho: no debemos hablar de accidentes, sino de descuidos. Y un descuido, cuando afecta a un niño, es una forma de maltrato”.

La pólvora: una amenaza dentro del hogar
Para la doctora Gutiérrez, el problema comienza en casa.
“Cada papá y cada mamá sabe dónde está su hijo y qué le da. Tener pólvora en la casa es inadmisible”, afirma. Ningún artefacto pirotécnico es inofensivo.
Los totes, por ejemplo, pueden confundirse con dulces. Las chispas de las bengalas caen sobre la ropa y generan quemaduras. “He visto niños morir por esto”, dice.
A esto se suma el impacto ambiental y el sufrimiento de los animales. “Es una cadena de daño que como sociedad seguimos normalizando”, lamenta.
Las cifras siguen creciendo. Solo en diciembre, el hospital ha atendido más de 546 personas quemadas. Las lesiones más comunes afectan manos, cara, tórax y extremidades.
“Una quemadura es un evento que cambia la vida. Tiene un costo emocional, económico y familiar muy alto”, reflexiona la doctora.
Historias que no se olvidan
La especialista recuerda casos que permanecen en su memoria: adolescentes fallecidos, niños que perdieron la visión y bebés con quemaduras graves. “Son historias que no se borran”, afirma.
Cuando los pacientes llegan, pocos reconocen lo ocurrido. “Casi nadie acepta que estaba manipulando pólvora”, explica. Luego llegan las secuelas y el silencio.
El Hospital Simón Bolívar se prepara cada año con campañas y personal disponible, pero el mensaje final es claro: “La palabra debe ser NO. No a la pólvora”.