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¿Sabe qué hay en los pasadizos subterráneos de Avenida Jiménez en Bogotá?

Secretos de 80 años se han escondido en este lugar donde la magia y el misterio tejen historias memorables.

Publicado:
Actualizado:
Viernes, Julio 12, 2019 - 12:49
Visión externa del lugar
Inaldo Pérez Rcn Radio

“El arte no sirve para nada”, dice el hombre y lo repite una y otra vez mientras camina en círculos por un salón lleno de espejos y “el teatro menos”, asegura, mientras observa atento con sus ojos verdes y profundos como de un felino, como si conocieran el reverso de las cosas. Camina entre diálogos, monólogos y versos y parece como si fuera el último sobreviviente de un naufragio donde lentamente se va perdiendo la conciencia en medio del delirio.

Se encuentra en el laberinto subterráneo de habitaciones y pasillos de la Avenida Jiménez, un espacio que pocos conocen porque hacen memoria de la Bogotá que alguna vez quiso ser subterránea, pero que fracasó, como fracaso en tantas otras inventivas colosales. El hombre está impartiendo la clase a sus alumnos, unos muchachos que parecen desequilibrados, raros, particularmente orgullosos de sí mismos.

Dos de ellos tocan guitarra, tienen el cabello largo y usan ropa colorida. Una joven de curvas y atributos insinuantes los acompaña en la escena: baila, canta, salta, intenta ser libre, encara su personaje con habilidades miméticas, como si fuera un camaleón que cambia de color según la circunstancia. Finalmente, en el declive de la práctica un canto lúgubre irrumpe y todo se llena de tristeza por la fuerza de un violín que es tocado con maestría.

Misterio bajo tierra

En la Avenida Jiménez, entre las carreras Séptima y Octava por el año 1930 se creó este espacio bajo tierra que se convirtió en una zona comercial que en esa época estuvo llena de perfumes, ropas, comidas y saunas. Eventualmente el negocio fracasó y los túneles fueron abandonados a su suerte. Por esa razón, en la actualidad este lugar solamente es reconocido por la ciudadanía por los dos casquetes metálicos se encuentran entre las dos avenidas. 

El pasado de estos túneles son como la historia de la ciudad: caótica e incierta. El subterráneo la acompaña por sus momentos históricos y cargó sobre sus columnas, a pesar de que nadie lo conocía, el temblor cataclísmico de la ira colectiva desatada en el Bogotazo. Aguantó también las lluvias eternas de la capital hasta que la presión le abrió goteras a su arquitectura vieja y en el último tiempo -a pesar de que sus paredes temblaban-, la estructura aguantó la presión de los transmilenios que pasaban por sus inmediaciones y que hacian pensar a los guardias de seguridad de aquellos días que la estructura podría venirse abajo en cualquier momento.

Hace poco tiempo la zona fue acondicionada y finalmente el extraño subterráneo pasó a ser un mítico escenario que sirve a la Facultad de Artes de la Universidad Distrital ASAB (Academia Superior de Artes de Bogotá), donde se empezó a impartir danza, teatro y música. Esta área llegó a tal punto de modernización que en su interior existe un “taller de experimentación” donde los alumnos realizan videos con muy diversas herramientas con el fin de difundir mejor sus obras.

La mujer que aprendió a volar

Ni cuando Stefany Romero era una niña habría podido imaginar que la realidad fuera tan difícil y cruel como resultó, pues fracasó en todo lo que se propuso, como si una especie de racha de mala suerte se hubiera apoderado de su vida. Sin embargo, cuenta estas cosas con una sonrisa y luego se va a bailar en el escenario, vestida de falda azul y esqueleto negro, mirando siempre al cielo porque el deber del artista es “buscar las estrellas”. Lo deja todo sobre las tabletas de madera curtidas del escenario, se enfrasca en una lucha de movimientos en medio de los instantes efímeros en los que aprendió a volar por los aires, hace movimientos finamente coordinados, se contorsiona y realiza acrobacias que rozan la perfección.

Se encuentra en el teatro Luis Enrique Osorio, donde se presentan las mejores obras de teatro de la fundación ASAB. Se trata de un área cerrada que cuenta 153 sillas de color rojo, algo desgastadas, que huelen a libro trajinado, a humedad contenida, pero que tiene un extraño aire de magia donde cientos de ciudadanos se han deleitado con las obras. En la parte posterior se encuentran los camerinos donde las paredes están ligeramente carcomidas algunos techos están descascarados.

Finalmente, las escaleras descendentes y gastadas, los cuartos clausurados y las distintas imágenes a color y en blanco y negro que hacen memoria de los alumnos más prestigiosos que han pisado este lugar escondido en donde se cocina lo mejor del arte en Bogotá y que además actualmente se encuentra en temporada para que ciudadanía exploren con libertad la maravilla de este arte universal.

El resto es misterio y murmullo, que navega entre los corredores y salones donde se crean las esperanzas de estos marginales artistas que dejan en cada ensayo  el pellejo y los intestinos con el fin de consolidar una disciplina que Colombia que aún no parece tener el lugar que merece.

Fuente:
Sistema Integrado Digital