En medio de la montaña, bajo una lluvia persistente que cae como un telón sobre las casas y los caminos, Puracé vive otro día más.
La neblina no solo cubre los techos; también envuelve la sensación de incertidumbre que se instaló desde que el volcán volvió a agitarse. El frío intenso cala en los huesos, pero nada se detiene.
Aunque sus calles estén desiertas al mediodía, no es señal de abandono: cada habitante continúa con su rutina, entre escuelas, huertas, corrales y ordeños.
Para los puraceños, el volcán es un vecino antiguo, impredecible, pero parte de sus vidas. Ya conocen sus despertares y sus silencios. La alerta naranja declarada el pasado sábado tampoco les es ajena. El año anterior, durante varios meses, el volcán pareció dispuesto a rugir con fuerza, pero se calmó, domado por sus propios temblores.
Un volcán que respira: gases, ceniza y sismicidad
Hoy, la región enfrenta una nueva fase de actividad: el aumento de la sismicidad, la emisión de gases perceptibles en ocasiones y una caída más frecuente de ceniza. La lluvia, constante día y noche, se encarga de borrar parte de las evidencias, pero en la memoria colectiva persiste la alerta.
Willinton Tote, gobernador indígena del resguardo de Coconuco, interpreta este ciclo desde la cosmovisión ancestral. Para él, es “Papa Señor”, el creador del universo, quien acompaña a las comunidades, limpia los pastos con el agua y protege los cultivos del daño que podría causar la ceniza. También, afirma, evita una contaminación mayor de ríos y quebradas.

La preocupación por una evacuación que nadie quiere
Ni en Coconuco ni en Puracé se percibe, por ahora, un impacto devastador. Sin embargo, las entidades de gestión del riesgo trabajan en la preparación de albergues para evacuar a 1.470 personas que viven en la parte alta del volcán, según estimaciones del alcalde Humberto Molano.
El inconveniente principal es la falta de infraestructura: solo hay un salón y dos polideportivos disponibles. A esto se suma la resistencia de las familias, que no quieren abandonar sus casas ni sus animales. “Con los volcanes no se sabe —explica Jaime Raigoza, coordinador del observatorio vulcanológico y sismológico de Popayán—. Se monitorea y se previene, pero es impredecible lo que pueda ocurrir.”
Ante este panorama, el alcalde declaró la calamidad pública, un paso necesario para disponer de recursos y atender un eventual traslado masivo.
Cristales: donde la ceniza se vuelve parte del paisaje
La tensión es mayor unos kilómetros montaña arriba, en la vereda Cristales, ubicada a más de 3.200 metros de altura. Allí, el frío es penetrante y el volcán se observa de frente, imponente, casi vigilante. La vida diaria se transforma en un desafío: los gases arden en los ojos, irritan la garganta y generan fatiga; las hojas de los árboles están cubiertas por una capa de ceniza que ni la lluvia ha logrado desprender.
El agua también cambió. Los riachuelos y zanjas se tornaron grises y opacos, imposibles de consumir. “El agua está contaminada, no tenemos de dónde abastecernos —asegura Leni Mapallo—. Tapamos los lagos y reservorios con plásticos, pero no basta”.
Décadas de abandono, un camino intransitable y un temor compartido
Los habitantes de Cristales dicen que durante décadas han permanecido olvidados. Lo confirman señalando la vía de acceso: un camino en mal estado, casi una trocha, que dificulta incluso la llegada de ayuda. Por eso, la idea de evacuarlos causa profundo malestar.
Muchos sienten que se les pide salir sin una planeación adecuada, sin tener en cuenta su cosmovisión indígena, sus usos y su relación con el territorio. Para ellos, dejar la montaña no es solo desplazarse: es desprenderse de su vida y su identidad. Consideran que los refugios debieron estar listos hace años, no ahora, cuando el volcán vuelve a despertar.
Una conversación pendiente: proteger la vida sin romper el tejido comunitario
El diálogo entre autoridades y comunidades será inevitable. La intención es encontrar un acuerdo que priorice la vida, porque el volcán sigue activo y su comportamiento es incierto. La alerta naranja ha movilizado a instituciones, organismos de socorro y administraciones locales, que se reúnen de forma constante para responder a esta nueva fase.
Este martes, el Servicio Geológico Colombiano instaló una nueva cámara térmica para obtener visuales nocturnas y detectar a tiempo posibles columnas de gas o ceniza. Es una herramienta más en un escenario cambiante, donde Puracé intenta seguir adelante entre la lluvia, el frío y la mirada constante hacia esa montaña que nunca duerme del todo.