Con la muerte del papa, en manos de quién queda la Iglesia: ¿el camarlengo Farrell o el secretario Parolin?
El camarlengo Kevin Farrell tiene ahora el rol más operativo: debe certificar oficialmente la muerte del pontífice.

Tras el fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio el 21 de abril de 2025, la Santa Sede ha entrado en un período de “sede vacante”. En este lapso, la Iglesia católica queda sin Papa, pero no sin liderazgo. Dos figuras clave asumen el mando temporal de la “barca de Pedro”: el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, el cardenal estadounidense Kevin Farrell, y el Decano del Colegio Cardenalicio, el italiano Giovanni Battista Re. Ambos tienen funciones bien delimitadas por la normativa canónica, aunque el peso político de sus acciones trasciende las meras formalidades.
La transición está regida por un entramado normativo compuesto por el Código de Derecho Canónico, la constitución apostólica “Universi Dominici Gregis” (promulgada por Juan Pablo II en 1996), la más reciente “Praedicate Evangelium” de Francisco (2022), y la constitución “In Ecclesiarum Communione” (2023), también obra del pontífice argentino. Sin embargo, como enseña la historia reciente del Vaticano, la política eclesiástica muchas veces encuentra grietas entre las líneas de la ley para imponer sus propias dinámicas.
Durante este período, el colegio cardenalicio pierde toda jurisdicción sobre las decisiones reservadas al Sumo Pontífice, como el nombramiento de obispos o la promulgación de normas. Aun así, mantiene funciones organizativas vitales para preparar el próximo cónclave, cuya apertura marcará el inicio del proceso de elección del nuevo Papa.
El Camarlengo, Kevin Farrell, tiene ahora el rol más operativo: debe certificar oficialmente la muerte del pontífice, sellar sus aposentos, tomar posesión de las propiedades papales, coordinar el funeral y administrar los bienes temporales de la Iglesia con el consentimiento del Colegio de Cardenales. Farrell, un hombre cercano a Francisco, de origen irlandés y exobispo en Estados Unidos, preside también la comisión vaticana para asuntos financieros reservados. Su gestión está asistida por el arzobispo brasileño Ilson de Jesus Montanari, vicecamarlengo y secretario del Colegio Cardenalicio.
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En el plano más institucional, el decano Giovanni Battista Re, veterano de la época de Juan Pablo II y ex prefecto de la Congregación para los Obispos, es el responsable de comunicar la noticia de la muerte del Papa a todos los cardenales y al cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede. También convoca las Congregaciones Generales, una suerte de asambleas previas al cónclave, donde se fijan la agenda, los temas a tratar y los oradores.
Sin embargo, tanto Re como su subdecano, Leonardo Sandri, tienen más de 80 años y no pueden participar en el cónclave. Por ello, durante el proceso de elección, será el cardenal Pietro Parolin, actual secretario de Estado y el más antiguo de la orden de los obispos en edad de votar, quien dirigirá los trabajos dentro de la Capilla Sixtina. Parolin, figura central en la diplomacia vaticana, tendrá un papel clave tanto en la logística del cónclave como en la orientación política del voto. En la reciente película Conclave, del director Edward Berger, Parolin es el personaje interpretado por Ralph Fiennes, lo que da una idea de su relevancia en este proceso.
En paralelo, algunos altos funcionarios conservan sus puestos durante esta transición: el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas, monseñor Diego Ravelli; el Penitenciario Mayor, cardenal Angelo De Donatis; y el Limosnero de Su Santidad, Konrad Krajewski. También permanecen en funciones el vicario de la diócesis de Roma, Baldassarre Reina, y su vicegerente, monseñor Renato Tarantelli. Más allá del Tíber, los secretarios de los dicasterios vaticanos gestionan solo asuntos administrativos ordinarios, en una Curia esencialmente congelada.
Esta arquitectura de poder, compleja y reglada, es heredera de siglos de tradición, pero no está exenta de tensiones y maniobras internas. Ya en 2005, durante la transición tras Juan Pablo II, el peso político de figuras como Angelo Sodano y Stanislaw Dziwisz influyó en la elección de Joseph Ratzinger, mientras que en 2013 el intento de Tarcisio Bertone de guiar el rumbo del cónclave fue neutralizado por los cardenales "no romanos", hartos de escándalos y luchas internas.
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Hoy, la Iglesia católica enfrenta una nueva encrucijada. La descentralización impulsada por Francisco, junto a sus reformas en la Curia, ha cambiado el tablero. El cónclave que se avecina será no solo una elección espiritual, sino también una batalla por el futuro del catolicismo, en medio de tensiones ideológicas, expectativas reformistas y deseos de continuidad. Hasta entonces, dos cardenales manejan los hilos del interregno. Pero el mundo ya mira hacia la Capilla Sixtina.