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Papa Francisco: Colombia es una Nación bendecida de muchísimas maneras

El Obispo de Roma ofreció un discurso, en el marco de su encuentro con el presidente Juan Manuel Santos.

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Actualizado:
Jueves, Septiembre 7, 2017 - 05:21
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El presidente Juan Manuel Santos y el papa Francisco en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá / Foto de Presidencia

El papa Francisco pidió a los colombianos que huyan de la venganza, en el que fue su primer discurso en Colombia pronunciado ante el presidente del país, Juan Manuel Santos, y demás autoridades en la Casa de Nariño. A una sociedad colombiana que ha quedado fuertemente polarizada tras los acuerdos con las Farc, el papa argentino la instó a "huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo".

Para ello citó una frase de su exhortación "Evangelii gaudium" (La alegría del evangelio) en la que se decía que "cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente". "Andar el camino, lleva su tiempo. A largo plazo...", puntualizó Francisco improvisando sobre su discurso escrito.

"Quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz", señaló en la Plaza de Armas del palacio presidencial.

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El presidente Juan Manuel Santos, el papa Francisco y María Clemencia de Santos en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá / Foto de Presidencia

Francisco que llega a Colombia tras la firma del proceso de paz con las Farc y ante una sociedad aún fuertemente dividida, lanzó un llamamiento a las instituciones del país para que se aprueben "leyes justas que garanticen la armonía y ayuden a superar los conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas".

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El presidente Juan Manuel Santos y el papa Francisco en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá / Foto de Presidencia

Pero antes del encuentro, el pontífice pronunció un discurso en el que pidió leyes justas, que "no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia". Aunque Francisco nunca citó la firma de los acuerdos con las Farc, sí que quiso valorar "los esfuerzos que se hacen y han hecho en las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación".

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El presidente Juan Manuel Santos, el papa Francisco y María Clemencia de Santos en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá / Foto de Presidencia

Para llevar la reconciliación a este país tras 53 años de conflicto, Francisco afirmó que "la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos". Abogó "por no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación", a pesar de "los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica".

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El presidente Juan Manuel Santos, el papa Francisco y María Clemencia de Santos en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá / Foto de Presidencia

Francisco insistió en la necesidad de favorecer lo que él ha definido "cultura del encuentro", que exige "colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común". En uno de los países de Latinoamérica con mayor desigualdad social, Jorge Bergoglio animó "a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados".

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El presidente Juan Manuel Santos y el papa Francisco en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá / Foto de Presidencia
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El presidente Juan Manuel Santos, el papa Francisco y María Clemencia de Santos en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá / Foto de Presidencia

Recordó entonces la figura del santo español Pedro Claver y de su periplo en el país descubriendo las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos. "Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza", dijo. "Les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad".

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El presidente Juan Manuel Santos, el papa Francisco y María Clemencia de Santos en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá / Foto de Presidencia

Francisco citó entonces un extracto del discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura (1982) del escritor colombiano Gabriel García Márquez en la que decía que "Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida". "Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza... La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más", añadió el papa. El papa concluyó diciendo a los colombianos que reza por ellos y "por el presente y por el futuro de Colombia".

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El presidente Juan Manuel Santos y el papa Francisco en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá / Foto de Presidencia

Consulte aquí: Santos al papa Francisco: queremos reconciliarnos

El discurso completo del Santo Padre

Señor Presidente, Miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático, Distinguidas Autoridades, Representantes de la sociedad civil, Señoras y señores.

Saludo cordialmente al Señor Presidente de Colombia, Doctor Juan Manuel Santos, y le agradezco su amable invitación a visitar esta Nación en un momento particularmente importante de su historia; saludo a los miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático. Y, en ustedes, representantes de la sociedad civil, quiero saludar afectuosamente a todo el pueblo colombiano, en estos primeros instantes de mi Viaje Apostólico.

Vengo a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores, el beato Pablo VI y san Juan Pablo II y, como a ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigó en estas tierras, y la esperanza que palpita en el corazón de todos. Sólo así, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un País que sea Patria y casa para todos los colombianos.

Colombia es una Nación bendecida de muchísimas maneras; la naturaleza pródiga no sólo permite la admiración por su belleza, sino que también invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad. Colombia es el segundo País del mundo en biodiversidad y, al recorrerlo, se puede gustar y ver qué bueno ha sido el Señor (cf. Sal 33,9) al regalarles tan inmensa variedad de flora y fauna en sus selvas lluviosas, en sus páramos, en el Chocó, los farallones de Cali o las sierras como las de la Macarena y tantos otros lugares. Igual de exuberante es su cultura; y lo más importante, Colombia es rica por la calidad humana de sus gentes, hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso; personas con tesón y valentía para sobreponerse a los obstáculos.

Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. En el último año ciertamente se ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo. Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).

El lema de este País dice: «Libertad y Orden». En estas dos palabras se encierra toda una enseñanza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y la deja siempre a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202).

En esta perspectiva, los animo a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados. Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de «pura sangre», sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes. En la diversidad está la riqueza. Pienso en aquel primer viaje de san Pedro Claver desde Cartagena hasta Bogotá surcando el Magdalena: su asombro es el nuestro. Ayer y hoy, posamos la mirada en las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos. La detenemos en los más débiles, en los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce. También detenemos la mirada en la mujer, su aporte, su talento, su ser «madre» en las múltiples tareas. Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza.

La Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos. Es consciente de que los principios evangélicos constituyen una dimensión significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia. Además, no podemos dejar de destacar la importancia social de la familia, soñada por Dios como el fruto del amor de los esposos, «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros» (ibíd., 66). Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz —como dice la letra de vuestro himno nacional—.

Señoras y señores, tienen delante de sí una hermosa y noble misión, que es al mismo tiempo una difícil tarea. Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra» (Discurso de aceptación del premio Nobel, 1982).

Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza... La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más. Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz.

Están presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia.